
22 Dic Los Oscars no nos quieren, ¿por qué?
Por LUIS MURILLO
UNA ACLARACIÓN PREVIA
Vaya por delante que cada productor, director y guionista puede producir, dirigir y escribir lo que quiera. ¡Faltaría más!
Lo que analizamos sucintamente los párrafos siguientes es la constatación de un hecho empírico: la falta de industria cinematográfica en España. Y una prueba evidente de ellos es nuestro escaso crédito, año tras año, en los Oscars a la mejor película extranjera.
Poseemos una insólita mescolanza de francotiradores, de partisanos, de esperasubvenciones, de genios sueltos, de yatepagaréelguion si sale la película, de aventureros, de protestones contra el papáymamá gobierno, de kamikazes, de nadiemequiereestrenar la peli…
Pero no tenemos músculo industrial.
Lo cual se traduce en que cada película, entre flautas y pitos, tarda en gestarse, por término medio, casi cinco años. Y esto, en el mejor de los casos.
En nuestro país es impensable, vamos, de ciencia-ficción, que un inversor privado ponga su dinero en una película española en vez de colocarlo en un fondo de inversión o en una cartera de acciones. Cosa que no es infrecuente en países tan “atrasados” como, por ejemplo, República Dominicana.
¿Y esto por qué, si tenemos grandes directores que triunfan fuera y dentro de nuestras fronteras, excelentes guionistas y productores entusiastas?
Obviamente, contestar a esta pregunta no es fácil. Pero no por ello debemos resignarnos a no buscarla. Y tal vez podamos hallar un poco de luz en lo que nos ocurre con las películas que optan al Oscar a la mejor película extranjera.
UNA BREVE HISTORIA
España ha conseguidos cuatro Oscars: Volver a empezar, Garci, en el 82. Belle Epoque, Trueba, diez años más tarde. Almodóvar se hizo con la estatuilla de 1999 con Todo sobre mi madre. Y Amenábar se la trajo para España en 2004 por Mar adentro.
La cosecha es exigua si tenemos en cuenta que dicho galardón al cine extranjero comenzó a otorgarse en 1957. Cuatro en 59 años. Tampoco es para tirar cohetes el número de veces que se seleccionó una película española entre las finalistas, además de las cuatro ganadoras: 15 en total.
LOREAK
Hace unos días, la Academia de Hollywood ha anunciado las cinco obras finalistas que optarán al Oscar a la mejor película extranjera de este año. “Loreak”, la representante española, ha sido descartada. Un año más, y van muchos, el cine español ni está ni se les espera en la meca del llamado “séptimo arte”.
¿Por qué…?
La respuesta puede estar en la película seleccionada por los ilustres componentes de la academia española, hermana, prima o cuñada, de la homónima hollywoodiense.
Loreak, guion y dirección de Jon Garaño y José Mari Goenaga, obtuvo tras su estreno críticas maravillosas, espléndidas, entusiastas hasta el paroxismo…
“Un drama silencioso, íntimo y minimalista”, “una sencilla historia donde no pasa nada y pasa todo”, “una magnética fábula de la desolación”, “una metáfora de belleza, de amor, de duelo y hasta de despedida”, “de una lentitud sublime…”
Imposible concitar más elogios…
Pero su paso por taquilla, es decir, por el tribunal de los espectadores, por los paganos que tienen que depositar su óbolo a la entrada de la sala, mejor no recordarlo.
Loreak es un ejemplo paradigmático de un mal que aqueja a la mayor parte del cine español, desde el punto de vista industrial. Aquí todavía hay muchos directores y guionistas que siguen creyendo en los reyes magos de que el cine es el “séptimo arte”. En consecuencia, hay que hacer arte en cada película. Y hacer arte consiste en que los críticos hablen bien de su obra. Para ello, se impone tener una historia intimista de sentimientos desolados con planos eternos, encuadres imposibles, miradas perdidas, andares esclerotizados, iluminación minimalista, música remedando a Stravinsky, simbolismos herméticos…
En Loreak hay una idea, pero falta historia. Lo que se cuenta en 99 minutos podría narrarse en 10. Y no es, por supuesto, un caso único. ¡Cuántas películas de hora y media se sustentan sobre ideas que a veces no alcanzan ni siquiera la categoría de microhistorias!
Es muy importante tener claro que una idea se asemeja a un embrión de una semana. Una historia, se parece un precioso bebé recién nacido. Un guion, lo podemos comparar a un prometedor adolescente. Y una película, debería recordarnos a una persona adulta.
UNA REFLEXIÓN
Repito lo que dije al principio, cada uno puede hacer con su dinero y con su creatividad lo que quiera. Pero uno de los grandes principios de la vida para progresar en ella es ser realista, usar el sentido común, ser inteligentes, en definitiva.
Si un japonés quiere aprender a cantar flamenco y tocar la guitarra, lo lógico es que tome lecciones de profesionales españoles, y si son andaluces, mejor. Pues igual ocurre en cine. Si queremos hacer buenas películas, debemos aprender de los norteamericanos, nos guste o no.
Y la industria USA del celuloide tiene tres dogmas inquebrantables, salvo outsiders inclasificables:
1.- Hay que rodar películas que le gusten al público.
2.- Al público le gustan las historias que le entretienen. Bien por su emotividad (factor humano), por su interés (factor sorpresa) o por su fascinación (factor espectáculo).
3.- Si no hay una buena historia, no puede haber un buen guion. Y si no hay un buen guion, resulta imposible, física y metafísicamente imposible, conseguir una gran película.
Julio Anguita, cuando llegaban unas elecciones, machacaba con su eslogan de “programa, programa, programa”. Pues en cine, lo mismo: historia, historia, historia.